Que Discépolo ha escrito unas letras de tango increíbles no seré yo quién lo venga a descubrir desde un blog en 2010. Pero este tango en particular si bien cuando es cantado se lo escucha muy sentido, al leerlo le encuentro un trasfondo humorístico.
Lo comparto aquí, me gustaría saber que les pasa a ustedes al leerlo.
Esta noche me emborracho
(1928)
Música: Enrique Santos Discepolo
Letra: Enrique Santos Discepolo
Sola, fané, descangayada,
la vi esta madrugada
salir de un cabaret;
flaca, dos cuartas de cogote
y una percha en el escote
bajo la nuez;
chueca, vestida de pebeta,
teñida y coqueteando
su desnudez...
Parecía un gallo desplumao,
mostrando al compadrear
el cuero picoteao...
Yo que sé cuando no aguanto más
al verla, así, rajé,
pa' no yorar.
¡Y pensar que hace diez años,
fue mi locura!
¡Que llegué hasta la traición
por su hermosura!...
Que esto que hoy es un cascajo
fue la dulce metedura
donde yo perdí el honor;
que chiflao por su belleza
le quité el pan a la vieja,
me hice ruin y pechador...
Que quedé sin un amigo,
que viví de mala fe,
que me tuvo de rodillas,
sin moral, hecho un mendigo,
cuando se fue.
Nunca soñé que la vería
en un "requiscat in pace"
tan cruel como el de hoy.
¡Mire, si no es pa' suicidarse
que por ese cachivache
sea lo que soy!...
Fiera venganza la del tiempo,
que le hace ver deshecho
lo que uno amó...
Este encuentro me ha hecho tanto mal,
que si lo pienso más
termino envenenao.
Esta noche me emborracho bien,
me mamo, ¡bien mamao!,
pa' no pensar.
Y esta versión me pareció notable!
viernes, 30 de julio de 2010
miércoles, 21 de julio de 2010
Gonzalo, el ciego que puede ver.
En la omnipotencia de los que no somos discapacitados, descubro que la discapacidad que yo tengo no está a la vista pero la del otro sí.
La mía es la del alma y hago lo posible para que no se note.
Me atreví a preguntar en un post anterior cómo hacer para explicarle el sol a un ciego.
Bueno, la vida tiene sus vueltas y me crucé con un ciego de cuarenta años, un hombre lleno de vida pero que no puede ver.
Eso creía yo.
Nos pusimos a conversar y no pude evitar preguntarle cómo era no ver, si tenía algún costado positivo, cómo hacía para no deprimirse al tener la certeza que jamás podría ver un atardecer.
Les quiero contar que ha sido una de las experiencias más profundas y conmovedoras de los últimos tiempos.
- Me gusta que me preguntes, no te preocupes, me dijo ante mi voz que contenía arrepentimiento.
- No puede ser, le digo: Yo no veo nada de lo que vos ves y no ves. Yo no puedo ver. Yo no veo nada. Me siento perdida y sin respuestas.
- Mi vida está llena de emociones, yo puedo comprender que te cueste sentirlas, sentenció.
Les cuento algunas de las cosas me enumeró mientras a mí se me erizaba la piel.
La temperatura de la ducha en la mañana.
La maravilla de secarse el cuerpo con una toalla seca.
El poderse acostar en una cama con las sábanas limpias.
El poderse acostar con ropa limpia.
La textura de la salsa de tomate en la comida del mediodía.
El olor a jazmín.
El olor a pan tostado.
El sol pegándome en la cara cuando camino. Yo veo el sol, querida amiga.
Las chispitas de la coca cola pegándome en la nariz.
La gentileza de la cajera del supermercado.
- Todas esas son algunas de las cosas positivas que tiene ser ciego, me dijo. Puedo ver algunas cosas, que los no ciegos, suelen no ver.
Me di cuenta que muchas veces estoy más ciega que Gonzalo. Cosas que todos vivimos a montones todos los días pero no percibimos porque estamos ciegos por el ego que nos gobierna.
Valorar lo que se tiene es un arte no muy difícil de practicar.¡La ducha está exquisita y debemos gritarlo!
Esperamos cosas distintas para ser felices sin entender que se pueden registrar las cosas QUE TENEMOS y NO las QUE NO TENEMOS.
Entender el sufrimiento de los otros es una manera de entender lo que Gonzalo puede ver sin ver.
Si no aprendemos a aportar desde lo distintos que somos, desde lo mejor de nosotros, será difícil entenderlo.
Me quedé meditando sobre mi propia ceguera y de cómo repararla. Otra lección que me regaló la vida.
La mía es la del alma y hago lo posible para que no se note.
Me atreví a preguntar en un post anterior cómo hacer para explicarle el sol a un ciego.
Bueno, la vida tiene sus vueltas y me crucé con un ciego de cuarenta años, un hombre lleno de vida pero que no puede ver.
Eso creía yo.
Nos pusimos a conversar y no pude evitar preguntarle cómo era no ver, si tenía algún costado positivo, cómo hacía para no deprimirse al tener la certeza que jamás podría ver un atardecer.
Les quiero contar que ha sido una de las experiencias más profundas y conmovedoras de los últimos tiempos.
- Me gusta que me preguntes, no te preocupes, me dijo ante mi voz que contenía arrepentimiento.
- No puede ser, le digo: Yo no veo nada de lo que vos ves y no ves. Yo no puedo ver. Yo no veo nada. Me siento perdida y sin respuestas.
- Mi vida está llena de emociones, yo puedo comprender que te cueste sentirlas, sentenció.
Les cuento algunas de las cosas me enumeró mientras a mí se me erizaba la piel.
La temperatura de la ducha en la mañana.
La maravilla de secarse el cuerpo con una toalla seca.
El poderse acostar en una cama con las sábanas limpias.
El poderse acostar con ropa limpia.
La textura de la salsa de tomate en la comida del mediodía.
El olor a jazmín.
El olor a pan tostado.
El sol pegándome en la cara cuando camino. Yo veo el sol, querida amiga.
Las chispitas de la coca cola pegándome en la nariz.
La gentileza de la cajera del supermercado.
- Todas esas son algunas de las cosas positivas que tiene ser ciego, me dijo. Puedo ver algunas cosas, que los no ciegos, suelen no ver.
Me di cuenta que muchas veces estoy más ciega que Gonzalo. Cosas que todos vivimos a montones todos los días pero no percibimos porque estamos ciegos por el ego que nos gobierna.
Valorar lo que se tiene es un arte no muy difícil de practicar.¡La ducha está exquisita y debemos gritarlo!
Esperamos cosas distintas para ser felices sin entender que se pueden registrar las cosas QUE TENEMOS y NO las QUE NO TENEMOS.
Entender el sufrimiento de los otros es una manera de entender lo que Gonzalo puede ver sin ver.
Si no aprendemos a aportar desde lo distintos que somos, desde lo mejor de nosotros, será difícil entenderlo.
Me quedé meditando sobre mi propia ceguera y de cómo repararla. Otra lección que me regaló la vida.
martes, 20 de julio de 2010
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