Les comentaba días pasados que estaba haciendo un ejercicio consistente en anotar durante cada día, durante una semana, cada vez que me quejaba por algo.
Bueno, el ejercicio terminó, me tomé un poco más de tiempo. Hora de aprender algunas cuestiones sobre mi misma.
Como especial pronunciamiento me reconozco como imbécil, he aprendido poco y nada en estos 44 años.
Algunas conclusiones:
Es increíble lo poco que le digo a los que quiero que los quiero. Cada día empezando hoy mismo voy a preguntarme si hice hoy todo lo que tenía que hacer para que la gente que quiero, si me muero hoy, sepa que yo la quise.
La familia dejó de ser eje social. Se acabaron los ritos mínimos que nos mantienen unidos como núcleo primario. Si hasta vacacionamos por separado y comemos en bandeja en lugar de sentarnos a la mesa a compartir y conversar.
Nosotros elegimos vivir como vivimos.
Uno vive lo que quiere vivir y está donde quiere estar.
Y si a uno no le gusta tiene la obligación de cambiarlo y esa es mi decisión.
Porque ser feliz es un tema del alma y no de afuera.
La peor soberbia es la de creerse buenos. Hay que preguntarle a los demás, escuchar su opinión y entenderla e interpretarla. Hacer el esfuerzo de ponerse en los zapatos del otro.
Y si hace falta partir de nuevo.
Tenemos que valorar a los viejos y como nos educaron y tener la humildad de reconocerlo frente a nuestros hijos, nuestros sobrinos. ¡Porque los viejos se nos están muriendo de tristeza porque ya no cuentan ni para su familia! A un adolescente de 14 años no le resulta divertido visitar a sus abuelos pero es necesario para ambos y si hace falta hay que forzarlo, para que el chico comprenda su historia personal, de dónde proviene y por qué es como es y para los viejos sentirse útiles, queridos, respetados y tenidos en cuenta. Tener por delante nada más que pensar que no queda nada es una tristeza evitable.
Mirarle el alma a nuestros seres queridos, dejar de observar el afuera y si el cinturón combina con la ropa.
La familia está educada por una mujer que se queja todo el día y eso trae consecuencias espantosas para sí y para todos los demás. La queja es un mal hábito. Malísimo.
¡Pero si causa horror de todo lo que nos quejamos al final del día! La queja es un hábito que refleja la sensación de no felicidad que ha hecho que las generaciones que vienen desde atrás no quieran parecerse a nosotros, que a la larga determina un cambio de conducta que provoca más infelicidad en una búsqueda sin fin.
Antes de anticiparse al futuro hay que preguntarse donde estoy y que estoy haciendo.
Y entender que agradecer es importante a pesar de nuestra estupidez mental.