miércoles, 6 de octubre de 2010

Volver a empezar.

Cuántos pájaros hay en el jardín! No notan mi presencia y se pasean interesados en sus búsquedas pautadas. Están en modo primavera, apurados, llevando materiales para hacer nidos, comiendo cuanto pueden.
Es el furor del despertar de la naturaleza. Cuando el calendario lo marca, todo empieza a desperezarse, hasta el arbusto del fondo, que parecía muerto.
Algunos yuyos se abren paso sin anoticiarse que no son bienvenidos, necesitamos el espacio para el césped que nos dejará caminar descalzos durante el verano.
Las tortugas ya están en funciones aprovechando el calorcito. Batalla de tortugos por quedarse con la única reina de la casa.


Este año los palomones se reprodujeron  y no sé que comen. Pero es un bombardeo peligroso.
Temprano en la mañana, en la reserva, me crucé con un largarto overo. Hermoso él, colorido y grande. Las calandrias lo querían espantar. Sospecho que ese sujeto les debe comer los huevos de los nidos porque nada es porque sí en la naturaleza.
Los tordos vienen al comedero que está colgado del ciprés. ¿Cómo saben ellos que hay semillas allí? ¿Por qué son ellos los que primero se dan cuenta? Cuánto grito de los horneros!
El manzano bonsai me da el gusto y se llena de flores dando un espectáculo diferente al rinconcito que ocupa junto con los arces.
Me siento en algún rincón sólo a contemplar. Puedo mirar. Puedo ver sin mirar. El aire tibio, los olores, el brillo de las hojas nuevas.

No necesito más. Logro sentirme dichosa.